La dispraxia es un trastorno complejo del neurodesarrollo que afecta la adquisición y organización de movimientos voluntarios secuenciales y coordinados, así como al proceso motor de automatización. Aunque ampliamente reconocida en el ámbito clínico, sigue siendo un tema controvertido en términos de definiciones, modelos explicativos y estrategias de intervención. En este artículo, basado en una conversación con Paula Iglesias (neuropsicóloga) y Yolanda Colodro (neurofisioterapeuta), exploramos los fundamentos teóricos, las manifestaciones clínicas y las perspectivas terapéuticas de la dispraxia.
La praxis es una función cognitiva, que podemos definir con fines divulgativos como la capacidad para planificar y ejecutar movimientos secuenciales de manera voluntaria, coordinada y eficiente, integrando componentes motores, sensoriales y otras funciones cognitivas. Cuando se altera en un adulto, hablamos de apraxia (caída de rendimiento en la ejecución voluntaria en comparacion a la automatización, lo que llamamos disociación automático voluntaria). En el caso de la dispraxia, este sistema se ve alterado durante el neurodesarrollo, resultando en torpeza motora, dificultades en la coordinación y problemas para aprender habilidades motoras nuevas (Dewey y Bernier, 2016).
Por tanto, un punto clave es diferenciar la dispraxia de los trastornos motores adquiridos en el adulto, como la apraxia, donde hay una pérdida de habilidades previamente adquiridas. En la dispraxia, el problema radica en la incapacidad para desarrollar estas habilidades desde el inicio. La dispraxia es un trastorno del aprendizaje motor, es decir, las habilidades no se adquieren (mientras que en la apraxia se pierden habilidades aprendidas previamente), por lo que la disociación automático voluntaria puede no estar presente en la dispraxia (ya que no partimos de un aprendizaje completo previo).
Aspectos clínicos y neuroanatómicos
La dispraxia se presenta con diversas manifestaciones clínicas, que incluyen:
Torpeza y descoordinación: Los niños con dispraxia suelen ser descritos por sus padres como torpes o desgarbados, con dificultades para realizar tareas motoras secuenciales (como abotonarse la camisa) o darle una patada a una pelota.
Rigidez en estrategias motoras: A pesar de los fallos en sus acciones, estos niños muestran una limitada capacidad de adaptación y persisten en patrones poco eficaces, como si les costara monitorizar los errores para automatizar la tarea.
Errores espaciales: Son comunes las dificultades en la integración sensoriomotora y en la organización espacial del movimiento, lo que sugiere disfunciones en el procesamiento parietal y en la comunicación con los ganglios basales (Zwicker et al., 2019).
Desde el punto de vista neuroanatómico, se ha identificado que las alteraciones en las vías occipitoparietales, los ganglios basales y las áreas premotoras contribuyen a estas disfunciones. La praxis, al ser una función que requiere movimiento, no puede disociarse del contexto sensoriomotor en el que ocurre. En la dispraxia, los procesos descendentes de monitorización y automatización tampoco se desarrollan adecuadamente, perpetuando el círculo de error motor.
Un aspecto adicional relevante es la relación entre los ganglios basales, el cerebelo y las cortezas frontales. Estas estructuras forman bucles esenciales para la automatización y corrección del movimiento, y en niños con dispraxia se observan dificultades para integrar estas áreas de forma eficiente. El aprendizaje motor implica una interacción constante entre el entorno y las capacidades del niño para procesar señales de error, ajustar patrones de movimiento y consolidar nuevos aprendizajes.
La dispraxia como problema integrativo
En niños, la dispraxia no solo afecta su interacción con el entorno, sino también su autoestima y desarrollo social. Los padres suelen describirlos como niños que se caen mucho o que no parecen aprender nuevas habilidades motoras. Estas dificultades, lejos de ser aisladas, suelen estar acompañadas de problemas en otras áreas, como funciones ejecutivas, lenguaje o esquema corporal (Graham et al., 2020).
Un elemento clave es la dificultad para realizar aprendizajes motores implícitos. Por ejemplo, aprender a montar en bicicleta o atarse los zapatos son tareas que se logran intuitivamente (o con relativa facilidad) en la edad infantil, pero que requieren un esfuerzo considerable en niños con dispraxia. Además, algunos niños presentan comportamientos de fotograma, en los que los movimientos parecen pausados o rígidos, con dificultades para encadenar acciones de manera fluida.
La interacción con el entorno escolar y las actividades cotidianas frecuentemente exacerban estas diferencias. Por ejemplo, tareas como escribir en un cuaderno o jugar en equipo pueden resultar abrumadoras sin adaptaciones específicas que favorezcan la exploración y la práctica segura de nuevas habilidades motoras.
Compensaciones y variabilidad clínica
Los niños con dispraxia suelen desarrollar estrategias compensatorias que a menudo implican un uso excesivo de funciones ejecutivas. Sin embargo, estas compensaciones pueden ser ineficaces o incluso contraproducentes, como el uso excesivo de recursos prefrontales para tareas que deberían automatizarse. Esta falta de automatización puede conducir a una sobrecarga cognitiva, afectando tanto el rendimiento motor como las habilidades cognitivas más integrativas.
La variabilidad clínica en la dispraxia también se relaciona con diferencias en la forma en que los niños compensan estas dificultades. Algunos desarrollan una función prefrontal hipertrofiada, mientras que otros pueden presentar limitaciones significativas en áreas cognitivas debido a la carga constante de monitorizar sus movimientos. Además, las dificultades motoras pueden limitar la capacidad de los niños para enfocarse en tareas cognitivas más complejas, como las requeridasd en las asignaturas escolares.
Por otro lado, algunos niños logran compensar utilizando estrategias alternativas, como el uso intensivo del lenguaje para estructurar sus acciones o un enfoque particular en tareas que les resultan emocionalmente significativas. Este último punto resalta la importancia de integrar metas funcionales y emocionalmente relevantes en el diseño de las intervenciones terapéuticas. Es muy importante tener en cuenta estas compensaciones, no para demonizarlas (ya que mejoran las ejecución), sino para flexibilizarlas y contemplar que si la niña está sobrecargando otros sistemas cognitivos para compensar la falta de automatización, esta interferencia tendrá influencia sobre los ejes cognitivos y motor. Esto es muy importante para poder graduar las tareas y no sobrecargar en exceso, dificultando aún más la ejecución.
Papel del entorno y la educación
El entorno juega un papel crucial en el desarrollo de las habilidades prácticas. En entornos escolares tradicionales, donde se fomenta poco la experimentación y se penaliza el error, los niños con dispraxia suelen enfrentar mayores desafíos. La rigidez en las actividades propuestas y la falta de variabilidad en las experiencias motrices pueden limitar el desarrollo de planes de acción más adaptativos.
Promover un entorno facilitador implica permitir y valorar los errores como parte del aprendizaje, proporcionando experiencias variadas que desafíen al sistema de automatización. Por ejemplo, el uso de herramientas alternativas como tabletas digitales para escritura puede ayudar a los niños con dificultades en habilidades motoras especificas a mantener el acceso al aprendizaje escolar mientras trabajan en sus limitaciones motoras.
Además, la adaptación del entorno educativo debe incluir actividades que integren variabilidad y metas claras. Propuestas como escribir en diferentes superficies, realizar actividades físicas que impliquen coordinación motora proximal y distal, y fomentar juegos colaborativos pueden facilitar el aprendizaje adaptativo. También es fundamental la sensibilización de los docentes y la implicación activa de las familias en el diseño de estrategias que potencien las habilidades prácticas de los niños.
Es especialmente importante recordar a los docentes que la puesta de atención explícita en la tarea genera interferencia y disminuye el rendimiento en la ejecución, para evitar frustración e hipervigilancia en el niño, que inician un círculo vicioso difícil de solucionar y que puede ser prevenido.
Diagnóstico y abordaje
El diagnóstico de la dispraxia requiere un transdisciplinar, integrando evaluaciones neurológicas, neuropsicológicas, neurofisioterapéuticas, ocupacionales y comunicativas, implicando a todo el entorno de la niña (docentes, familiares...). Entre las pruebas utilizadas, destacan aquellas que evalúan la secuenciación motora, la coordinación y la capacidad para aprender nuevos patrones de movimiento.
El abordaje terapéutico se basa en estrategias que potencien la adaptación y la compensación, fomentando la automatización de patrones motores y la monitorización automatica del movimiento. Además, la intervención debe contemplar:
Entrenamiento motor específico: Diseñado para mejorar habilidades funcionales concretas, basado en la repetición, la compensación y la graduación del error.
Terapia ocupacional: Para trabajo específico de la automatización de actividades de la vida diaria, incluyendo el juego.
Técnicas de integración sensorial: En algunas ocasiones, sirven para modular alteraciones en el procesamiento tactil, vestibular o propioceptivo derivadas de la falta de experimentación (Miller et al., 2020).
Apoyo psicopedagógico: En casos con otras comorbilidades cognitivas como trastornos especificos del lenguaje.
Un enfoque clave en el tratamiento es amplificar las señales del entorno para que el niño pueda identificar errores y generar cambios en sus patrones motores. Esto incluye diseñar actividades que desafíen al sistema práxico sin sobrecargarlo, promoviendo la variabilidad y el aprendizaje adaptativo. Por ejemplo, incrementar deliberadamente la dificultad de una tarea puede ayudar al niño a reconocer las discrepancias en su rendimiento y ajustar sus estrategias motoras de manera más eficiente. Pero, siempre, el profesional tiene que graduar el error, ya que tanto el exceso como la inexistencia de error impiden el aprendizaje.
Reflexiones finales:
La dispraxia, aunque desafiante en su definición y manejo, ofrece una rica área de estudio para comprender la interacción entre la cognición, el movimiento y el entorno. Un mejor entendimiento de su base neuroanatómica y sus manifestaciones clínicas no solo mejora el diagnóstico y tratamiento, sino que también enriquece nuestra comprensión del neurodesarrollo humano. Muchos de los problemas en la adquisición de habilidades motoras en edad infantil pueden mejorarse si comprendemos mejor el eje voluntario - autómatico y los principios básicos de aprendizaje motor.
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